miércoles, 2 de enero de 2013

La niñez eterna




I

Nunca he sido un Gamer asiduo. Fuera del Atari que tuve a los 6 años y del clásico Nintendo que me trajeron los reyes magos,  no tuve otra consola. Mis padres no pagaron mis caprichos, y posteriormente nunca le invertí mi dinero a ello. 

Mi historia con las consolas se remonta a acudir con mis amigos de carrera a jugar durante esas tardes de tareas que terminábamos jugando el Xbox emborrachándonos entre semana, en inventar escusas para faltar al despacho y acudir a casa de uno a jugar Xbox, o juntarnos adrede los fines de semana para jugar  ex profeso y …. sí, adivinaron, seguir emborrachándonos, como buenos jóvenes que se dan a respetar.

Posteriormente, con el mismo grupo de amigos nos reunimos en el negocio del “italiano”, donde conocimos a nuevos chavos muchos más jóvenes que nosotros y pasábamos horas de ocio jugando, claro, cuando nuestras responsabilidades se limitaban a tener una novia. Y al decir horas de ocio tómenlo literal: horas continuas jugando. En un par de veces nos amaneció jugando Xbox. Da pena decirlo, pero no hacíamos daño a nadie. Estábamos de vacaciones, cumplíamos con el despacho y nuestras novias ni se enteraban. Además, teníamos unos 23 años. 

Las retas en interconexión de halo 2, y posteriormente halo 3, eran realmente adictivas. Los chavillos del grupo del italiano nos admiraban. Aunque ellos sabían jugar más que nosotros, nos admiraban por nuestro estilo de vida. Nosotros llegábamos en carro, vestíamos bien, invitábamos la cena y no pedíamos fiado para poder jugar durante horas. 

Poco después,  me reunía una o dos veces a la semana a casa de RECC para poder jugar halo vía Xbox live. De esa forma cubría mis cuotas de ocio, y recc me alojaba en su casa, mientras nos emborr… báh, ya saben que más hacíamos.

II

“Papá, ven a ver a este señor como juega la guitarra” decía un niño como de 6 años, mientras tocaba una canción de Guitar Hero en la consola de exibición en Sam´s Club. Ese día me había decidido a tocar una canción en dificultad normal. Lo toqué con muy pocos errores. No me había dado cuenta que un grupo de niños se habían amontonados a mi alrededor, creyendo que era lo máximo o el nivel más avanzado de todos, pues ellos no podían atinarle a dos notas seguidas. “¿Cuánto tiempo podría tocar mi hijo así, como usted?” me preguntaba un señor quien dudaba en comprar la consola a su hijo, y al parecer eso era ‘tocar música’ para el padre del chamaco.

-Ya deja eso, estás haciendo el ridículo- me comentó entre dientes mi ex novia, mientras se alejaba entre los pasillos del súper. A partir de eso entendí al pequeño con su expresión “este señor”. Ya no me veía muy bien  tocando la guitarra en un pasillo de súper con mi panza chelera y una barba sombreada.

III

Mi  sobrino, en cambio, cuenta con el Xbox 360, el Kinect, el Wii, el PSP, y decenas de juegos que le han comprado desde que empezó a tener uso de razón. Al parecer mi hermano está dispuesto en cumplir todos sus caprichos, tal vez cubriendo las limitaciones que tuvimos en nuestra época. Cada que acudía a  Tuxtla a visitarlos, o mi sobrino venía a Campeche (lo que ocurría una vez al año alguno de las dos opciones), teníamos que pasar horas jugando. Yo siempre fui su ídolo. Era el único que entendía “esas mariguanadas de juegos” como dice mi cuñada. Así, me pasaba horas en su cuarto jugando y enseñándole los trucos que se me daban en algunos juegos.

-Tía, ven a ver a jugar a mi tío Mussgo, es un chingón- le gritaba mi sobrino a mi esposa (en ese entonces novia) mientras  ella platicaba con mi mamá en el comedor.

-Ah Kin Jr, deja de decir groserías o apago esa cosa- le contestaba mi mamá entre tanto terminaba de servir.

Mi esposa, solo se reía, le parecía gracioso y agradable que le regale un tiempo de mi vida a mi sobrino, a quien lo he visto por toda la vida en periodos de de días, pues nos vemos solamente cada año.

Es por eso que en este periodo vacacional mi sobrino me hablaba y me escribía en redes sociales que me prepare que ya venía a conocer a su prima, y sumado a eso, que ya tenía el halo 4 y lo iba a traer. Le hacía ver que tal vez ya no podría jugar con él, pues ya no vivía con mis papás (dónde llega en sus visitas a la ciudad), ya estaba casado, y con toda mi atención con mi hija de semanas de nacida.

Durante su visita, en esos almuerzos eternos, pude jugar en tres ocasiones halo 4 con mi sobrino. “Ve y juega un rato, pobre Ah Kin Jr., esta triste, tu eres su compañero”, me daba el visto bueno mi esposa, mientras la bebé se la pasaba en brazos de personas que la querían abrazar y dormir. 

Al final, en el tercer y último día de juego, pudimos terminar el juego. En honor a la justicia, debo decir que mi sobrino ya tenía avanzado todo. Solamente lo ayudé a terminar la última campaña, un breve pedazo. 

Vimos el video final del juego y los créditos. Celebramos, nos tomamos fotos. Era un logro, un propósito para este 2012 (bajar de peso, leer, estudiar más, eso qué, luego ni lo logran).
-Esto hay que festejarlo, pediré unas pizzas- comentó mi esposa mientras se unía a nuestro festejo, allá, en la sala. -Nunca dejes de jugar con un niño, dura poco la ilusión de esa etapa- me susurró al oído mientras me guiñaba el ojo.

Al final, no sabía si el niño era Ah Kin Jr. o yo. Los dos estábamos emocionados. La pizza nos supo a gloria.