jueves, 19 de enero de 2012

El respeto al derecho ajeno



El ser humano por naturaleza tiene complejo de superioridad. Por selección natural buscamos sobresalir, ser el dominante de nuestra especie. En cualquier situación buscamos ser el mejor como sea. Esto es la selección natural y la adaptación, Darwin no desperdició su vida en vano.

El mexicano tiene el don de despreciar a los que cree inferiores con la sola mirada, así nada más, sin hacer gestos, el puro brillo nos delata. No existe la envidia de la buena, en el fondo todos envidiamos los éxitos de los demás, sobre todo si nos es ajeno.

Es por todo esto que los valores van perdiendo su vigencia. El más básico de todos, e incluso el más importante, es el RESPETO. El respeto a todo. El saber que el derecho propio termina cuando se invade el derecho de los demás. Es una delgada línea, casi invisible, que se confunde en una telaraña de vidas ajenas, un mapamundi como líneas que dividen los países, trazados por el propio hombre.

Somos seres gregarios. Al menos que vivas sólo en una cueva o una isla asilado de todo contacto humano. El grado de la convivencia social va directamente proporcional con la falta de respeto a los demás.

¿En qué momento nos creemos con derecho de invadir el espacio de los demás? Basta voltear a ver un punto fijo y asustarnos. Todos nos indignamos con el video del empresario Sakal Smeke golpeando al ballet parking. Las redes sociales hervían de coraje -¿Cómo es posible?- gritaban los indignados. -Es totalmente intolerante, represión a los judíos- gritaban los más intolerantes. Autos en lugares de discapacitados, gente que se traviesa de carril, que se estaciona en tu garaje, que se estaciona en el límite, pero eso sí, con sus luces intermitentes para indicar que está consciente que no debe de hacerlo, pero que “tardará tantito”, gente psicópata que golpea a empleados y abusa de su estatus político y social, gente que separa lugares en el cine como si se tratara de un sábado de bando. Políticos despilfarrando y robando de las arcas públicas con el cinismo de llevarse maletas de dineros y que nos lleve la chingada (léase “shingada” con todo yucateco). Y es que, al final de cuentas, ser irrespetuoso es como el adulterio, todos quisieran practicarlo, pero nadie quiere que se lo hagan.

En este país ya no vale ser bueno. Ser bienintencionado o mostrar el mínimo respeto es algo que ya no sirve. Siempre saldrá el homosapiens queriendo abusar y sobrepasar encima de tus derechos. En eso nos hemos convertido, en cavernícolas. Pronto estaremos en las calles con un bate de béisbol o una tranca (no de las de lechón) soltando el primer golpe a aquella persona que se nos quede viendo feo. En eso vamos a acabar, olvídense de apocalipsis, con sus 4 jinetes, amargedones, meteoritos, epidemias. La humanidad será el propio verdugo.

Yo mientras tanto tengo que lidiar con dos vecinos. Ambos amantes de desperdiciar agua de manera inconsciente. Sin hablar del gran ecocidio que están cometiendo, pocos les importan que el agua se quede estancada en mi entrada, causando que 4 de los 7 días de la semana tenga que lidiar con ello.

Uno de ellos, gerente de una institución financiera, quien se pone a lavar a manguerazos lo que encuentra a su paso: muebles, sillas, cortinas, camioneta. Eso sí, con su short de los pumas, descamisado, mostrando su panza llena de pelos.

El segundo un joven maestro de primaria, amante del tunnig, de esos que se empeñan en dejar ridículos su carro. Eso sí, poniendo música a todo volumen en su carro, con el reguetón de moda, mientras hace los quehaceres de su casa. Y si es un día que lo visite algún otro amigo reguetonero/tunero, se arma la batalla para ver que carro suena mejor, con la música digna de un mano a mano de Peter pan vs cómicos (ó Banana Power y Ban Ban, para los más viejos).

En este país ya no vale ser bueno. Ser bienintencionado o mostrar el mínimo respeto es algo que ya no sirve.

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