“Claro que
voy, soy todo un atleta, inscríbanme” fueron mis palabras al recibir una invitación
por mis hermanos en una reunión familiar, con varias cervezas encima, para participar en la sexta carrera de
convivencia organizado por diferentes empresas en la ciudad amurallada. Iríamos
todos los integrantes de la familia. La visita de Ah Kin a la ciudad fue buen
motivo para convivir en una competencia deportiva fuera de las carnes asadas y
borracheras que acostumbramos a hacer.
Todo estaba
listo. Estábamos inscritos en la caminata de 5 kilómetros. –No se preocupen, es
una caminata de convivencia, no necesitan ser buenos- nos explicaba mi padre.
El único que ha tenido experiencias en esta y otras competencias, y que a pesar
de estar en la tercera edad, nos da lecciones de resistencia debido a una vida
entera entregada al deporte.
Domingo a la
7 am era la cita. Pero por azares del destino, el sábado se atravesaron algunos
compromisos. Era el cumpleaños de mi primo Jack y había lucha libre el sábado
en la noche. Mi esposa había salido con sus hermanas, así que decidí asistir a
las luchas con el RECC. “No tardaremos, mañana tengo competencia” fueron mis
condiciones.
Después de
las luchas pasamos a saludar al Jack, quien nos recibió a sus acostumbradas
fiestas donde no falta nada de comer y de beber. Un arsenal de bebidas dignas
de cualquier barra libre. Total, que al final acabamos con algunos luchadores
en otro sitio quienes habían hecho un after para celebrar sus victorias (o derrotas). A las 2 am fue el tiempo límite para ir
a descansar.
Domingo a las
530 sonó mi alarma. Todo estaba listo. Me puse la playera conmemorativa del
evento, de esas toda clariosas, tipo gasa; me puse los tennis prestados, pues mis fieles Nike de mil batallas de
futbol, conciertos y aventuras habían cedido unos días antes. La suela se
habían desprendido. Imposible hacer costuras sobre costuras. Los otros tennis
que tengo no son los adecuados para ir a correr.
“Vete en
taxi, es muy temprano” fueron las palabras que balbuceaba mi esposa. Después de
convencerla para que me lleve, pues ella me alcanzaría luego en la meta, llegué
puntual a la cita. Todos los varones de la familia y mi cuñada estábamos
formadísimos.
La carrera es
todo un carnaval. Familias completas, perros, carreolas, y algunos atletas nos
encontrábamos iniciando la caminata. “si me les adelanto, nos vemos en la meta”
rematé mientras empezábamos a caminar. Era mi momento, ser el más joven de la
familia era mi carta fuerte para quedar como buen deportista.
Después de
los 2 primeros kilómetros ya estaba hecho una sopa, todo sudado. La gasa que
dan como playera ya la tenía pegada, mostrando todos los senos y pelo en pecho.
El primer
error de la noche: mis agujetas se habían aflojado. Bastó detenerme unos
segundo a amarrarlas para que me quede unos metros rezagado de los demás.
Intenté alcanzarlos, pero era imposible. No, no voy a correr, es una caminata
fueron mis pensamientos éticos para no alcanzarlos como el 90 % de la gente que
corre apenas ven que los rebasan varios caminadores.
Durante el
recorrido fui rebasado por unas niñas que paseaban un perro, y una madre con
una carriola que paseaba a su hija. Por más que apreté el paso sentía la
pantorrilla explotar. Mi primera gran idea fue poner canciones más agresivas:
Korn, Rage Agaist the machine y los discos Trance Zomba y Dopádromo de Babasónicos fueron los elegidos en el set
list. El segundo error fue subirle tanto, pues a lo lejos veía a un policía
hacerme señas. Al quitarme los audífonos y pasar junto a él me dice “tengo rato
diciéndote por el altavoz que los caminadores se peguen a la izquierda, ya
vienen los corredores”. Y sí, junto a mí pasaron unos atletas quienes parecían
venados flotando en el aire.
A partir del
kilómetro 4 agarré mi segundo gas, empecé a rebasar a varios pero era de los
que corren para no verse en desventaja.
A los
primeros rayos del sol los efectos de las chelas de unas horas antes hacían sus
estragos. En ese momento me arrepentí de no haber llevado una máscara como la
de Ah Kin, para pasar como un luchador. Total, ya tenía toda la apariencia
necesaria: chaparro, peludo y una buena panza chelera como todo luchador
regional que se da a respetar.
A punto de
entrar a la meta veo un mar de gente amontonados saludando a sus familiares y
tomando fotos del recuerdo. Allá iba, sólo, buscando entre todos a mi esposa
para brindarle el esfuerzo, o mínimo regalarle la sonrisa y soltar la vergüenza
que tenía ante la miradas de decenas de personas, algunos compañeros de oficina
que ya regresan con su medalla en el pecho.
“Por qué
tardaste, que te pasó” fueron las palabras de mis hermanos y de mi padre que me
estaban esperando en la zona de hidratación, –es que me quedé platicando con
unos amigos en la caminata” fue lo
primero que se me ocurrió.
Al final, mi
esposa llegó al momento de la rifa de premios. No llegó a tiempo para verme
cruzar la meta.
Durante la
rifa estaba seguro que iba a ganar algo. No podía pasar la mañana con tanta
mala suerte. Pero sí, así fue, regresé a casa muriendo de hambre, sed y sueño
decidido a terminar de dormir. Un baño y una tallada de alcohol en los músculos
fueron suficientes para quitarme el trago amargo. Eso sí, la organización de la
carrera y la experiencia de la carrera valieron la pena.