viernes, 20 de abril de 2012

El atleta frustrado



“Claro que voy, soy todo un atleta, inscríbanme” fueron mis palabras al recibir una invitación por mis hermanos en una reunión familiar, con varias cervezas encima,  para participar en la sexta carrera de convivencia organizado por diferentes empresas en la ciudad amurallada. Iríamos todos los integrantes de la familia. La visita de Ah Kin a la ciudad fue buen motivo para convivir en una competencia deportiva fuera de las carnes asadas y borracheras que acostumbramos a hacer.

Todo estaba listo. Estábamos inscritos en la caminata de 5 kilómetros. –No se preocupen, es una caminata de convivencia, no necesitan ser buenos- nos explicaba mi padre. El único que ha tenido experiencias en esta y otras competencias, y que a pesar de estar en la tercera edad, nos da lecciones de resistencia debido a una vida entera entregada al deporte.

Domingo a la 7 am era la cita. Pero por azares del destino, el sábado se atravesaron algunos compromisos. Era el cumpleaños de mi primo Jack y había lucha libre el sábado en la noche. Mi esposa había salido con sus hermanas, así que decidí asistir a las luchas con el RECC. “No tardaremos, mañana tengo competencia” fueron mis condiciones.

Después de las luchas pasamos a saludar al Jack, quien nos recibió a sus acostumbradas fiestas donde no falta nada de comer y de beber. Un arsenal de bebidas dignas de cualquier barra libre. Total, que al final acabamos con algunos luchadores en otro sitio quienes habían hecho un after para celebrar sus victorias (o derrotas). A las 2 am fue el tiempo límite para ir a descansar.

Domingo a las 530 sonó mi alarma. Todo estaba listo. Me puse la playera conmemorativa del evento, de esas toda clariosas, tipo gasa; me puse los tennis prestados,  pues mis fieles Nike de mil batallas de futbol, conciertos y aventuras habían cedido unos días antes. La suela se habían desprendido. Imposible hacer costuras sobre costuras. Los otros tennis que tengo no son los adecuados para ir a correr.

“Vete en taxi, es muy temprano” fueron las palabras que balbuceaba mi esposa. Después de convencerla para que me lleve, pues ella me alcanzaría luego en la meta, llegué puntual a la cita. Todos los varones de la familia y mi cuñada estábamos formadísimos.

La carrera es todo un carnaval. Familias completas, perros, carreolas, y algunos atletas nos encontrábamos iniciando la caminata. “si me les adelanto, nos vemos en la meta” rematé mientras empezábamos a caminar. Era mi momento, ser el más joven de la familia era mi carta fuerte para quedar como buen deportista.

Después de los 2 primeros kilómetros ya estaba hecho una sopa, todo sudado. La gasa que dan como playera ya la tenía pegada, mostrando todos los senos y pelo en pecho.

El primer error de la noche: mis agujetas se habían aflojado. Bastó detenerme unos segundo a amarrarlas para que me quede unos metros rezagado de los demás. Intenté alcanzarlos, pero era imposible. No, no voy a correr, es una caminata fueron mis pensamientos éticos para no alcanzarlos como el 90 % de la gente que corre apenas ven que los rebasan varios caminadores.

Durante el recorrido fui rebasado por unas niñas que paseaban un perro, y una madre con una carriola que paseaba a su hija. Por más que apreté el paso sentía la pantorrilla explotar. Mi primera gran idea fue poner canciones más agresivas: Korn, Rage Agaist the machine y los discos Trance Zomba y Dopádromo de  Babasónicos fueron los elegidos en el set list. El segundo error fue subirle tanto, pues a lo lejos veía a un policía hacerme señas. Al quitarme los audífonos y pasar junto a él me dice “tengo rato diciéndote por el altavoz que los caminadores se peguen a la izquierda, ya vienen los corredores”. Y sí, junto a mí pasaron unos atletas quienes parecían venados flotando en el aire.

A partir del kilómetro 4 agarré mi segundo gas, empecé a rebasar a varios pero era de los que corren para no verse en desventaja.  

A los primeros rayos del sol los efectos de las chelas de unas horas antes hacían sus estragos. En ese momento me arrepentí de no haber llevado una máscara como la de Ah Kin, para pasar como un luchador. Total, ya tenía toda la apariencia necesaria: chaparro, peludo y una buena panza chelera como todo luchador regional que se da a respetar.

A punto de entrar a la meta veo un mar de gente amontonados saludando a sus familiares y tomando fotos del recuerdo. Allá iba, sólo, buscando entre todos a mi esposa para brindarle el esfuerzo, o mínimo regalarle la sonrisa y soltar la vergüenza que tenía ante la miradas de decenas de personas, algunos compañeros de oficina que ya regresan con su medalla en el pecho.

“Por qué tardaste, que te pasó” fueron las palabras de mis hermanos y de mi padre que me estaban esperando en la zona de hidratación, –es que me quedé platicando con unos amigos  en la caminata” fue lo primero que se me ocurrió.

Al final, mi esposa llegó al momento de la rifa de premios. No llegó a tiempo para verme cruzar la meta.

Durante la rifa estaba seguro que iba a ganar algo. No podía pasar la mañana con tanta mala suerte. Pero sí, así fue, regresé a casa muriendo de hambre, sed y sueño decidido a terminar de dormir. Un baño y una tallada de alcohol en los músculos fueron suficientes para quitarme el trago amargo. Eso sí, la organización de la carrera y la experiencia de la carrera valieron la pena.

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