Pocos son las veces que me siente tan patriótico. En realidad, muy pocas, pues nunca me he sentido identificado con muchas costumbres de este país y con la idiosincrasia del mexicano promedio. Es más, a veces me molesta la actitud adoptada por nuestro pueblo y reniego la línea a seguir, me niego a ser igual que todos. Y eso, no me hace menos mexicano, ni menos humano.
Sólo hay un festejo que rompe con paradigmas, que me hace sentir la emoción de ser mexicano. Y no, no es ni que México gané un campeonato mundial de selecciones juveniles o la medalla de oro en las olimpiadas, no es ver a Carlos Santana en escenarios mundiales, no es ver la premiación de una película mexicana en festivales de cine, no es las mañanitas a la virgen de Guadalupe (que dicho sea de paso, ni creo en eso), no. Es la ceremonia del grito de independencia.
De niño (de primaria), recuerdo unas 3 veces que acudí con mis padres y mis hermanos a la plaza cívica de la ciudad al evento. Allá, parados, entre el centenar de gentes esperando la ceremonia. Ver la marcialidad de los soldados llevando la bandera, presenciar el indulto a los reos por buena conducta y ver su cara de alivio al recibir su carta de manos de autoridades, para al final rematar con un “viva México” fundido en cientos de voces. A esas alturas ya me encontraba sentado en los hombros de mi padre, para que pueda observar los juegos pirotécnicos en lo alto del cielo. Eventos como estos dejan marcado a uno. De la pluma de Álvaro Cueva: “Gritar ¡Viva México! la noche del 15 de septiembre es una de las tradiciones más hermosas, más interesantes, más populares y más divertidas de quienes nacimos, vivimos o tenemos que ver con esta nación”. Y sí, lo es. Es un acto que lo más críticos puedan tachar de insignificante, pero que sólo puede entender aquel niño que ha estado en medio de una plaza pública, o en medio de un antro en Cancún con cientos de turistas viendo la ceremonia en pantallas gigantes, o aquel borracho con sus amigos en una noche de exceso de tequilas.
Es un grito que representa mucho. Representa una pequeña grito de esperanza. Una emoción de sólo unos minutos que enchina la piel. Una esperanza de ser mejores ciudadanos y de vivir razonablemente en convivencia en una sociedad cada vez humana. Pero sí, es sólo unos minutos. Al día siguiente, empieza la batalla de todos los días: vivir en una sociedad corrupta, con autoridades mediocres, vecinos insoportables, y una serie de injusticias infinitas.
Por todo esto, ver el boicot al presidente calderón la noche del 15 en el zócalo en dónde un grupo de personas lanzaban consignas y apuntaban con láser la humanidad del presidente, son actos que me entristecen y pone en jaque el pequeño rayo de esperanza que necesitábamos. Y no, no es porque calderón sea un buen presidente, o no haya cometido errores, o sea panista. Es más, puede ser el más pendejo así lo tienen a bien considerar, pero de eso a cometer un acto tan irresponsable e irrespetuoso hay un abismo. Y si a todo esto aún piensan que “la guerra de Calderón” y el presidente es el responsable de la inseguridad del país, entonces estamos mal, en un error grave error de apreciación.
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