Justo en el momento que escribo esta entrada estoy saliendo del cine de ver “La chica del dragón tatuado”. Pensé en hacer una reseña de la película, pero la verdad la historia tan complica y larga me dio una flojera enorme. Solo puedo decir que es una muy buena película. Altamente recomendable. El director David Fincher sigue reafirmándose. De lo mejor: la música de Trent Reznor (de Nine Inch Nails). Si pudieron reconocer la camisa del distribuidor de contrabando de la chica del dragón tatuado y dijeron “mira, la camisa es de Nine Ich Nails”, son de los míos. Adelante, quédese en el blog, usted sí es bienvenido.
Pero no, hoy no quiero hablarles de la película, ni de porqué sigo yendo a los cines Hollywood. Sí, esos edificios viejos de Campeche que hacen que seamos el hazmereir del país, a sabiendas que padeceré los mismos problemas que todo el mundo se ha quejado. Hoy vengo hablarles de la actitud de la gente. De esos narradores cinematográficos que se empeñan a comentar lo evidente sin tener la mínima decencia para compartirlo en cinco butacas a la redonda. Qué bárbaro, tuve que cambiarme de lugar por unos jóvenes, ya tirando a la mediana edad, quienes por más que les invité a guardar silencio hicieron caso omiso como si por pagar sus 50 pesos les da derecho a arruinarles la película a los demás. Lo he intentado todo. No importa dónde me siente, no importa el horario, el día, el tipo de película. Estamos destinados al público narrador campechano, sumado a tener que aguantar los tonos de los celulares a lo largo de la película (por cierto, el de hoy fue la canción de “wepa” de Gloria Estefan). Y digo público campechano, porque con todo el dolor de mi corazón lo reconozco: sólo aquí pasa esto. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de ir a una cadena de cine de cualquier ciudad, podrá notar que no sucede así, o al menos no a estos niveles.
Es por eso, que desde ahora puedo vaticinar que no importa cuando existan Cinépolis, Cinemark o Cinemex en Campeche, que espero mis hijos o mis nietos tengan la fortuna de tener, si las fuerzas que lo han impedido hasta ahorita por fin lo permiten, vamos a padecer el mismo talón de Aquiles, es decir, irán las mismas personas a platicar o, lo que es peor aún, será atendido por las mismas personas mal encaradas y groseras que toda la vida han atendido los cines Hollywood.
¿A ustedes les pasa igual? ¿Soy el yo el del problema? La verdad he llegado a pensar que es lo segundo. Mi esposa ya no tiene empacho en decirme “escoge el lugar que quieras, de todas formas siempre te tocan habladores, tú los atraes”. ¿A poco si existe eso del karma, y como soy malo los dioses se desquitan conmigo por dónde más me duele?
Ahora que lo pienso, soy el ejemplo perfecto de la ley de Murphy: no importa dónde me siente en el cine, siempre me tocarán habladores; no importa la caja que escoja en el súper, siempre me tocará la más lenta, o aquella que harán un corte, o dónde una señora pagará con vales cortando y contando uno por uno; no importa que carril escoja para manejar, me tocará el más lento o justo donde sucederá una contingencia, No importa el día que vaya a Blockbuster, nunca tendrán la película que necesito, o no tendrán cambio para mi billete de 50 pesos (ha sucedido, palabra), entre otros.
Los dejó, veré si alguien tiene un remedio para mi mala suerte.