jueves, 24 de mayo de 2012

TULA (o la chica de cabello rubio)



Cuando uno se encuentra en la primera mitad de sus estudios de licenciatura el horizonte de la vida se amplía. Uno deja a un lado el traje de niño puberto enamoradizo (cuando uno cree que su primera novia es amor, ja). El círculo de amigos se hace fuerte y, en general, el abanico de oportunidades crece. En esta época uno quiere comerse al mundo, uno lo puede todo, uno lo sueña todo. Aún la malicia de pertenecer a sistema no nos golpea la cara cual Paquiao para despertarnos y empezar a vivir en un mundo de injusticias, en un fundo falso, en un mundo inhumano.

En esa época de licenciatura las preocupaciones son mínimas. Básicamente son 3: cumplir con las responsabilidades escolares, que dicho sea de paso es de lo más fácil que existe. La otra responsabilidades para algunos es trabajar de medio tiempo para adquirir experiencia; y por último, lo más importante divertirse como presidiario que sale en libertad después de cumplir una condena.

A veces suceden historias increíbles, hermandades que pasan a través de los años, amistades perdidas por la misma naturaleza de la vida, y curiosidades que son dignas de compartir con el mundo. 

En esos tiempos las salidas eran básicas: salir con el primo Jota I y sus amigos, dos años mayores que yo, quienes me iniciaron en las artes del Dios Baco. A veces llevaba a uno o dos amigos para hacer la parranda más numerosa.

En aquella ocasión haríamos lo que más nos gustaba: dar decenas de eternas vueltas en el coche escuchando música de verdad, tomar unos drinks en el camino y terminar en alguna fiesta de algún desconocido festejado, pero que siempre hay algún amigo o familiar como buen pueblo de provincia. 

Nos encontrábamos en el auto de Jota I, Gus, Ron y yo. Decididos a buscar la fiesta de una amiga de la carrera. “dale, es por Plan Chac, después de la zona de tolerancia, busca la calle o andador Tula” era lo que le insistía a Jota I, quien se apresuraba para dar con el lugar.
Ninguno de nosotros conocía esa colonia. Hasta que encontramos en el teléfono público a una dama de espalda quien hacía (o al menos intentaba) hacer una llamada. Qué tan grande era nuestro grado de estupidez que nos detuvimos a media noche a preguntarle a una dama, cerca de la zona de tolerancia, para preguntarle una dirección que nadie sabía si por allá quedaba.

Como siempre, fui el encargado de preguntar. Bajé el cristal del auto, me asomé y dije caballerosamente a la rubia de cabello largo – disculpe, por aquí queda la calle Tula- .

En eso se voltea una persona, con una manzana en su garganta más pronunciada que la de Alberto rojas “el caballo”  - No, no tengo idea, no soy de por aquí, pero ahorita podemos averiguarlo- me contesta una voz más ronca que la de los bebés del comercial de Suerox.
No´hombre quéeeee. Silencio, unos segundos de silencio para agradecerle y avanzar sin tratar de ser groseros.  Unas risas y caras de incredibilidad. ¿Cómo es posible que nadie se diera cuenta de su espaldota? 

No habíamos ni avanzado a la esquina cuando unas luces rojas y azules nos cegaban. –Neón Blanco, oríllese por favor- nos anunciaba en el altavoz una patrulla.

-Qué pasó jóvenes, que hacen levantando a la dama. Está prohibido levantar mujeres de la vida galante.- Nos argumentaba un oficial, con un argumento más chafa que las propuesta de una planilla estudiantil.

-Preguntábamos por una dirección, puede preguntarle a….

La rubia se subía a un taxi y se perdía a lo lejos. 

Pero lo mejor venía después, una inspección al auto y el oficial observa una nevera enorme en medio del asiento trasero. Se dirige a Gus y le pregunta sobre su contenido.

-Es una nevera de cervezas. Tiene cervezas pero vacías, vamos a rellenarla para ir a la  fiesta, a la dirección que…-

-Újule, no sean cínicos. ¿Cómo que a recargar?, no jóvenes, están cometiendo muchos delitos. ¿A ver sus credenciales, de colonia son?

-De Campeche, venimos de Campeche- remata Ron, quien al parecer la colonia en la que nos encontrábamos estaba lo suficientemente lejos del centro  como pare pensar que estábamos fuera de la ciudad, eso, o de plano trataba de payasear un rato con el  oficial.

Al final el poli nos sacó una cuenta de todas las infracciones, llegando a los 5 dígitos. Después de unos minutos de negociación, y de pagar por adelantado las infracciones con el descuentazo  que hacía el oficial en ese momento (you know what i mean).

Tristes y engañados, terminamos la noche en casa de alguno de nosotros, mientras platicamos una y otra vez  como el travesti rubio se reía y nos saludaba desde la comodidad del taxi. Mientras la noche se volvía más fría, justo antes de salir el sol.


1 comentario:

sheau dijo...

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